Camus, la pasión y las naranjas / Nerio Tello

16:36

Los humanos nos movemos por pasiones. Son estas las que nos incitan a accionar, a mover, a mudarnos, a trabajar, a amar, a disfrutar... en fin. Una persona puede carecer de pasión, como el protagonista de la ya mencionada novela El Extranjero, de Camus. Meursault es un desapasionado, un ser antisocial mas no un rebelde, pues carece de la conciencia de la inconformidad. Su descompromiso lo lleva a cometer un crimen absurdo; su extranjeridad –si se me permite el neologismo– de la vida, lo lleva a su propio exterminio. Pero el centro está puesto, precisamente, en esa carencia. Lo raro en él es su sinceridad; pero la sociedad, al parecer, no tolera esa sinceridad. El no llora en el velorio de su madre porque no siente esa muerte. Este hecho, y no tanto su crimen, es lo que lo termina condenando (de todos modos, lo mejor es ir a la novela y leerla. Privarse de eso, es como privarse de comer naranjas mirando el río cuando explota la primavera).

Del libro Escritura Creativa. Guía de Indagación y práctica literaria de Nerio Tello (Ed. Tipos Móviles, 2010)


...
Entré. Era una sala muy clara, blanqueada a la cal, con techo de vidrio. Estaba amueblada con sillas y caballetes en forma de X. En el centro de la sala, dos caballetes sostenían un féretro cerrado con la tapa. Sólo se veían los tornillos relucientes, hundidos apenas, destacándose sobre las tapas pintadas de nogalina. Junto al féretro estaba una enfermera árabe, con blusa blanca y un pañuelo de color vivo en la cabeza.

En ese momento el portero entró por detrás de mí. Debió de haber corrido. Tartamudeó un poco: «La hemos tapado, pero voy a destornillar el cajón para que usted pueda verla.» Se aproximaba al féretro cuando lo paré. Me dijo: «¿No quiere usted?» Respondí: «No.» Se detuvo, y yo estaba molesto porque sentía que no debí haber dicho esto. Al cabo de un instante me miró y me preguntó: «¿Por qué?», pero sin reproche, como si estuviera informándose. Dije: «No sé.» Entonces, retorciendo el bigote blanco, declaró, sin mirarme: «Comprendo.» Tenía ojos hermosos, azul claro, y la tez un poco roja. Me dio una silla y se sentó también, un poco a mis espaldas. La enfermera se levantó y se dirigió hacia la salida. El portero me dijo: «Tiene un chancro.» Como no comprendía, miré a la enfermera y vi que llevaba, por debajo de los ojos, una venda que le rodeaba la cabeza. A la altura de la nariz la venda estaba chata. En su rostro sólo se veía la blancura del vendaje.
El Extranjero. Albert Camus (fragmento)

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