Arjona y las panaderas de Villa Crespo / Nerio Tello
7:28
“O aprendes a querer la espina o no aceptes rosas” cantaba alguien y las chicas repetían. Les
digo "las panaderas", porque no sé sus nombres. Una, la más grande, es ligeramente
gordita, pasó los cuarenta y conserva una sonrisa cómoda y unos ojos que
siempre brillan. La otra, más joven y desgarbada, tiene un rictus de soledad.
Pero ambas cantaban. “Tenerte fue una foto tuya puesta en mi cartera, un beso y
verte hacer pequeño por la carretera”. No me di cuenta, al principio, quien
salía por esos parlantitos amortiguados. “Un cuarto de masitas” dije. La chica
de la sonrisa preguntó “surtidas” mientras con su boca continuaba una mmmmm que
reproducía algo así como “verte llegar fue luz, verte partir fue blues”. Claro,
era Ricardo Arjona.
La chica del rictus acomodaba las facturas y levitaba.
Nunca la había visto así, parecía un personaje de Oliverio Girondo. “Cuánto me
pidió” preguntó la gordita; la canción la había distraído. Era Arjona, un inverosímil
Arjona que cantaba “jamás te dije una mentira” e insistía en algo sobre un chantaje, o algo así. Y mientras una pesaba las masitas, y la otra
ordenaba las medialunas y las facturas de pastelera continuaban con ese corito
desajustado. La triste dijo de pronto: “Este año vamos, eh”. “Ni lo dudes” dijo
la de los ojos y me extendió el paquete. “Que fácil fue tocar el cielo la
primera vez” remarcaba el trovador y el mundo por un momento parecía haber cambiado. Pagué,
saludé y me fui.
Las chicas no me miraron, flotaban en un tiempo que yo desconocía. Nunca conocí a nadie que hubiera pisado la luna, ni a un samurái ni a una admiradora de Arjona. Finalmente una de esas carencias se había cumplido. Mientras caminaba por Apolinario Figueroa y pensaba en esto, me descubrí tarareando “Fuiste tú” y tratando de desentrañar el secreto de estos versos: “Estoy en medio del que soy y del que tú quisieras, queriendo despertar pensando cómo no quisiera.”
Las chicas no me miraron, flotaban en un tiempo que yo desconocía. Nunca conocí a nadie que hubiera pisado la luna, ni a un samurái ni a una admiradora de Arjona. Finalmente una de esas carencias se había cumplido. Mientras caminaba por Apolinario Figueroa y pensaba en esto, me descubrí tarareando “Fuiste tú” y tratando de desentrañar el secreto de estos versos: “Estoy en medio del que soy y del que tú quisieras, queriendo despertar pensando cómo no quisiera.”
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