Neruda, trenes y comidas / Nerio Tello
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Flacucho y
de ojos apagados, encontró en Trinidad la madre que le había faltado. Años más
tarde la nombraría “mamadre”, pues según decía, la palabra “madrastra” lo
remontaba a los personajes malignos de los cuentos. Mamadre, “era la bondad
vestida de pobre trapo oscuro, la santidad más útil: la del agua y la harina”.
Dicen que
heredó de su padre, silencioso y parco, dos cualidades: El amor por los trenes
y los viajes, y una vocación gregaria que le impedía sentarse a la mesa si no
estaban todos sus hijos y algún amigo. Neruda solía contar que cuando no había
invitados a comer, su padre se paraba en la puerta de su casa y esperaba que
pasara alguien para invitarlo a compartir la mesa. Hasta que no lograba sumar
un comensal más, no se comía. De grande, el poeta haría de las mesas pletóricas
de amigos su más afable costumbre.
Neruda entre la luz y la sombra. Nerio Tello (Editorial Longseller) (fragmento)
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