Adán Buenosayres / Leopoldo Marechal
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Muy contradictorias eran, en efecto, las reacciones
que provocaba en su auditorio el ingeniero Valdéz, al desarrollar una tesis
cuyo rigor destruía, sin más ni más, el dogma del eterno albedrío humano.
Encabritándose
como una noble yegua de torneo, Ethel Amundsen interrumpía frecuentemente al
orador, ya con sus objeciones duras, ya con movimientos negativos de su hermosa
cabeza.
Por su parte, Schultze entornaba sus ojos y sonreía lleno de benignidad, tal un iniciado que oyera exponer a un novicio la más rudimentaria
de las verdades ocultas. En cuanto a Ruty Johansen, pasaba del asombro a la incredulidad
y de la incredulidad a la vacilación.
(Adán Buenosayres.
Leopoldo Marechal)
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