…Y entonces la odié / Abelardo Castillo

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Pero aun así, admitiendo que en la primera semana de esa espantosa borrachera yo le haya dicho te quiero entre tres y diez veces diarias, y luego, en rápido orden decreciente, una o dos veces por quince, por semestre, por año, y finalmente nunca, debí haberla amado, aunque sea de a ratos, cientos de veces. Ya que, sobrio o borracho, soy ese tipo de varón sensible que no puede decir te quiero sin sentirlo. ¿Y por qué ahora no sentía absolutamente nada, y al parecer, ella tampoco? “Repetí qué acabo de decirte” dijo Mara. Me pareció oír la palabra Infierno, dije yo. ….
Y entonces la odie, la odié con toda mi alma y supe que era la última vez que sentía algo por ella, y la injurié, y la humillé sin piedad pero con una tristeza inmensa, y la vejé hasta sentir en mi corazón su propio odio y su propio desprecio. Y nunca volvimos a vernos. Y esa noche le agradecí a Dios porque supo que Mara no tenía la culpa de nada.


De El que tiene sed, una gran novela de Abelardo Castillo

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