El día que llovió para siempre / Ray Bradbury

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La señorita Hillgood tocó.
Tocó, y no era una música que ellos conociesen, pero una música que había escuchado mil veces en sus largas vidas, con o sin palabras, con o sin melodía. La señorita Hillgood tocaba, y cada vez que movía los dedos la lluvia caía repiqueteando por el hotel oscuro. La lluvia caía fría en las ventanas abiertas y empapaba los tablones calcinados del piso del porche. La lluvia caía sobre el tejado, caía en una arena silbante, caía sobre el automóvil herrumbrado y en el establo vacío y en los cactos muertos del jardín. Lavaba las ventanas y depositaba el polvo y colmaba los barriles de agua de lluvia y tapizaba las puertas con hilos de perlas que se abrían y murmuraban. Pero, y sobre todo, el tacto suave y la frescura cayeron sobre el señor Smith y el señor Terle. El peso delicado entró en ellos, más y más, y los dos se sentaron. Sintieron en la cara los pinchazos y las agujas, y cerraron los ojos y las bocas y alzaron las manos, protegiéndose. Reclinando lentamente las cabeza, hacia atrás, dejaron que la lluvia cayera donde debía caer.  
 "El día que llovió para siempre" (fragmento)Ray Bradbury en Remedio para melancólicos
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