Morfina / Mijaíl Bulgákov
9:00
Mido con
pasos la solitaria y vacía habitación principal de mi apartamento de médico,
caminando en diagonal de las puertas a la ventana y de la ventana a las
puertas.
¿Cuántos de estos paseos puedo hacer? No más de quince o dieciséis.
Luego tengo que volverme y dirigirme al dormitorio. La jeringuilla se encuentra
sobre las gasas, junto a la ampolla. La tomo y, untando descuidadamente con
yodo mi agujereada cadera, hundo la aguja en la piel. No hay ningún dolor. Oh,
al contrario: saboreo por anticipado la euforia que está a punto de llegar.
Y
entonces llega. Lo sé porque los sonidos del acordeón –que el guardia Vlas,
feliz por la llegada de la primavera, está tocando en el balcón–, esos sonidos
desgarrados y roncos que me llegan apagados a través del cristal, se convierten
en voces angelicales y los bastos bajos de los pliegues hinchados del acordeón
cantan como un coro celestial. Pero hay un instante en el que la cocaína que
está en la sangre, obedeciendo una ley misteriosa no descrita en ningún tratado
de farmacología, se transforma en algo nuevo. Yo lo sé: es la mezcla del diablo
con mi sangre.
Vlas se marchita en el balcón, y yo le odio; el atardecer,
retumbando intranquilo, me abrasa las entrañas. Y esto ocurre unas cuantas
veces seguidas en el transcurso de la tarde, hasta que comprendo que estoy
envenenado. El corazón comienza a latir de tal forma que lo siento en las
manos, en las sienes… pero luego cae en un abismo y hay momentos en que pienso
que el doctor Poliakov no regresará más a la vida… (Fragmento)
“Morfina”
/ Mijaíl Bulgákov (1891-1940)
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